Desde su posición de liderazgo en la construcción de las sociedades actuales, ¿qué tienen que decirnos?, ¿han reflexionado en cuanto a lo que es deseable y lo que no?
Parto de tres premisas básicas:
1. Una startup es todo emprendimiento con gran capacidad de escalar debido a la implementación de tecnología. En ese sentido, toda startup es un emprendimiento de base tecnológica (independientemente de si es un marketplace para hacerse manicuras o un laboratorio de química molecular para rentar por horas a través de internet) y todo emprendimiento, en últimas, tiende a convertirse en uno de base tecnológica pues de lo contrario no estaría en concordancia con el imperativo de competitividad y acumulación de capital del sistema económico actual.
2. Desde Schumpeter se ha planteado que son los emprendedores los agentes fundamentales en generar los desequilibrios del sistema económico capitalista y, en este sentido, de hacerlo crecer y generar nuevos ciclos de producción y generación de valor.
3. Una definición clásica (y ciertamente reducida) de lo que se entendía por valor en los inicios de la teoría económica se refiere a aquello que se produce como resultado de los recursos que ofrece la tierra y el trabajo de explotación de dichos recursos (es decir, en un principio, la agricultura y los sectores primarios eran los que únicamente generaban valor), y, en ese sentido, valor era aquello que se producía cuando algo (un producto) tenía una utilidad definida o satisfacía una necesidad humana en específico (el alimento, el abrigo, etc.) Esta definición, por supuesto, queda un poco corta en la actualidad, no solo por su directa y exclusiva asociación con las actividades del sector primario (que de plano dejaría por fuera a los inmensos sectores de servicios en general, y financieros, en particular, de la actualidad), sino, además, porque la noción misma de aquello que es necesario y útil se ha venido transformando.
Entonces, planteados esos tres puntos quisiera formular algunas inquietudes, dada la especial importancia que tienen los emprendedores (particularmente de base tecnológica) en la producción de las sociedades actuales: ¿cuál es y por qué la necesidad de cambiar de celular por uno con mayor capacidad y mejor cámara cada año y medio?, ¿y la necesidad de ropa inteligente?, ¿y las redes sociales online que permiten subir videos cortos bailando y cantando reguetón al estilo de una celebridad?, ¿y los influencers de YouTube?, ¿y las múltiples aplicaciones para pedir domicilios?
No es demagogia. Entiendo perfectamente la comodidad que la gran mayoría de estos objetos tecnológicos y productos culturales nos ofrecen en la vida diaria, comodidad que debería ser necesariamente interpretada como calidad de vida (¿quizás valor de vida?). Yo mismo soy un asiduo consumidor de estas tecnologías y de esta cultura, y la respuesta romántica de irse a vivir al monte en un estado de total desconexión me parece un anacronismo y una impostura inocentemente hipócrita. Sin embargo, ¿qué hacer con el sentimiento de indiferencia repulsiva hacia la vida de hoy que se percibe tan claramente en el discurso público de las mismas redes online como en las conversaciones cotidianas personales?, ¿que acaso no es este el momento histórico ideal para sentirse alegre y extasiado por el estado actual de desarrollo tecnológico?, ¿que acaso no es esta la mejor época que ha visto la humanidad?, ¿qué tienen que decirnos los emprendedores de tecnología desde su posición de liderazgo en la construcción colectiva de las sociedades actuales?, ¿han reflexionado en cuanto a lo que es deseable y lo que tiene “valor”?
En fin, son quizás solo algunas reflexiones de viernes con el preciso objetivo de socializar el aburrimiento indiferente, o quizás puede que desaten alguna reflexión de importancia. La cuestión, en todo caso, es que es ahora es muy difícil saberlo, que este tipo de cosas nos resultan muy difíciles de diferenciar.
Autor: Sebastian Santisteban
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