Amalio Rey publicaba recientemente un post en el que recopilaba 15 textos que le servían para ilustrar el pensamiento paradójico. Entre ellas, uno muy breve decía: “Hay dos lados en todo, o no hay nada“. Y a partir de ahí escribía Amalio lo siguiente:
Cualquier cosa viva, admite lecturas contradictorias. Lo amargo tiene sentido porque existe lo dulce, y viceversa. Entender y practicar esa dialéctica es un arte sofisticado que dice mucho de lo sabios (o no) que somos.
La efectividad en el trabajo necesita días de pereza, de falta de voluntad, de negatividad, de hoy no va a ser un gran día. Se supone que este descenso al infierno lo debemos de llevar muy mal porque cualquier libro de autoayuda tumbaría nuestro irresponsable comportamiento a la primera. Nos han educado para no perder el tiempo, para saber que hay que estar en la pelea. Sea esta cual sea. Pero en la pelea, ahí es donde se forja nuestro carácter ganador. Es de lo que se trata, según parece.
La efectividad necesita a su contrario. Diría que incluso este contrario forma parte de cualquier aproximación a trabajar de manera más productiva. Nadie es capaz de mantener la tensión al cien por cien en una permanente tarea de conseguir los objetivos. A lo mejor necesitamos llevarnos mucho mejor con esa persona perezosa y vaga que llevamos dentro. A lo mejor hay que divagar y dejarse conducir al territorio de la incoherencia y el desatino.
Lo dejo aquí. Llevo un buen rato sabiendo que tengo mucho trabajo pendiente y no soy capaz de hincarle el diente. Por eso intentaba justificarme. Por eso necesitaba escribir que la efectividad también camina por el sendero de la ilógica: procura que no te venza del todo, pero deja que gane alguna que otra batalla, ¿no?
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