Hace poco, en una entrevista para un portal de emprendimiento, me preguntaron cuál es el mayor reto que deben enfrentar los emprendedores colombianos para materializar sus ideas de negocio. Evité referirme a la inestabilidad del país, a la dificultad para conseguir financiación, a la interminable burocracia o a la elevada carga tributaria, entre otras situaciones, pues hacen parte del ecosistema en el que todos tratamos de sobrevivir. Centré mi respuesta en un gran obstáculo que, a mi juicio y por experiencia propia, nos impide avanzar de manera exitosa en el camino del emprendimiento y tiene que ver con algo que llevamos en nuestra cultura: la baja tolerancia al fracaso.
De mis materias de ingeniería, recuerdo que la resiliencia de un material se define como la capacidad de recuperar su forma después de haber sido sometido a un esfuerzo. Desde hace un buen tiempo, en el ambiente empresarial del país se ha venido hablando mucho de resiliencia, precisamente porque es una competencia que nos hace falta a la gran mayoría de los colombianos: la mentalidad perdedora, el desánimo ante las dificultades, la tendencia a ver siempre el vaso medio vacío y la incapacidad de recuperarnos rápidamente de una situación adversa nos bloquean y no nos dejan actuar con la determinación, oportunidad y firmeza -por no decir berraquera- que muchas veces requieren los acontecimientos para poder salir adelante.
La vida de un emprendedor está llena de problemas que demandan soluciones, muchas de ellas urgentes y difíciles de implementar. Pero es precisamente en esas soluciones ingeniosas e innovadoras donde radica el éxito de los emprendimientos, porque, a lo mejor, hasta ese momento nadie se ha atrevido a atacar las verdaderas causas de los problemas por el esfuerzo que demandan y por el miedo a equivocarse. ¿Quién dijo que emprender era fácil?
Es verdad que a nadie le gusta fracasar, pero en el mundo empresarial, así como en la vida misma, es imposible no hacerlo una, sino muchas veces. Para acabar de ajustar, en Colombia tenemos la mala costumbre de “montársela” al emprendedor que fracasa, mientras que en otros países es visto con admiración y respeto por haber tenido el suficiente coraje para asumir el riesgo de crear empresa. Es más: algunos fondos invierten más fácilmente en startups de emprendedores que ya han fracasado antes, porque tienen mucha más experiencia que aquellos que nunca lo han hecho.
En el mundo del emprendimiento no existen los manuales con fórmulas prefabricadas que recomiendan qué hacer en cada situación. Por esta razón, es que el fracaso juega un papel muy importante en la adquisición de experiencia y en el desarrollo de la resiliencia, pues no hay nada más formativo que aprender de los propios errores para estar en capacidad de enfrentar situaciones cada vez más complejas y poder tomar mejores decisiones. Bien lo dice la sabiduría popular: “El éxito es el último eslabón de una cadena de fracasos”.
Autor: Juan Carlos Zuleta Acevedo
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