La otra cara del emprendimiento

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Contribuir a valorizar la figura de la persona emprendedora es uno de los objetivos que toda sociedad debería fomentar. Una cultura donde emprender sea un comportamiento natural, reconocido y bien visto socialmente es una cultura dinámica, viva y que con los valores adecuados puede redundar en una sociedad próspera y atractora de creatividad y talento. Quien se acerque y conozca entornos de este tipo lo sabe.

Tengo la convicción de que al igual que en otros ámbitos las personas emprendedoras nacen, pero también se hacen. Emprender puede ser una oportunidad de crecimiento personal sin parangón, pero en general es un camino lleno de penurias en el que a veces se disfruta, pero sobre todo se sufre.

Detrás de los sonados éxitos de emprendedores/as exitosos/as y de noticias de rondas de inversores donde se levantan 5, 10 o 30 millones, mal haríamos en no comenzar por cierta dosis de realismo que, lejos de hacer que las personas descarten crear una nueva empresa, ayuden a modular sus expectativas y enfoquen el camino para fracasar antes y fracasar mejor como vía para aumentar las posibilidades y poder crear un proyecto de empresa exitoso. Pero ¿qué es eso de fracasar antes y mejor? Quizás nos ayude visualizar una realidad común. Veamos

Toda persona/equipo emprendedor comienza con la mayor ilusión, pero a medida que pasa el tiempo los objetivos iniciales se van desdibujando. No pocas veces uno ve que la oportunidad de negocio era más una idea feliz que algo por lo que nadie estuviera dispuesto/a a pagar realmente.

La dinámica de presentar la idea de negocio a decenas de personas tiene su lado interesante, pero no es tan bonito haber pasado más de un año sin cobrar un duro con la cabeza ocupada día y noche y sentir que las posibilidades de un proyecto viable se van escapando entre los dedos de la mano. Tampoco sienta muy bien cuando ves que amigos/conocidos tienen un buen sueldo, viven de puñetera madre y tú estás partiéndote la cara sin ahorros en el banco. Ni es plato de buen gusto cuando no llegas a tener un sueldo ni medianamente decente y aquella persona a la que has contratado te plantea exigencias imposibles de cumplir.

Después de meterle incontables horas al asunto, los momentos de desengaño aumentan cuando te das cuenta de que las cosas no salen como uno/a esperaba. La empresa no ha tenido un crecimiento fulgurante. De repente ves un anuncio de la serie The walking dead, y empiezas a pensar que quien verdaderamente se ha convertido en un zombi es tu proyecto empresarial. Tus números no te dicen directamente que cierres inmediatamente, pero ves que el asunto no va. El mercado no es ni como pensabas que era, ni está donde pensabas que estaba.

Cuando luego buscas soluciones te das cuenta de que las aparentes recetas derivadas de los grandes emprendedores con crecimientos mareantes no te sirven, ni sabes cómo alzar la vista cuando el equipo está pasando una mala racha y se empiezan a echar los trastos a la cabeza. Tampoco extraes puntos válidos de recomendaciones para hacer que un producto sea exitoso en el mercado, ni para motivar y dar sentido del propósito a ese equipo encabritado cuando no da ni una.

Luego está el insomnio. Te preguntas para qué carajo te has metido en este embolado cuando estando de empleado/a vivirías mucho más cómodo/a, y además tendrías a alguien al que responsabilizar de tus males. Algunos días has perdido toda la confianza, cuando no son otras personas las que la han perdido de ti. El dinero inicial obtenido por familiares, amigos e «incautos» se va quemando día a día. Un miércoles cualquiera pierdes a uno de los clientes que entendías que estaba fidelizado, y dices ¿pero qué mierda es esta? ¿No seré lo suficientemente bueno/a?

Crear una empresa incorpora una presión psicológica que si muchas de aquellas personas convertidas en profesionales de la queja y el lloro supieran, se lo harían directamente encima. Saber vivir con la presión, saber evadirse, enfrentar los miedos y comprender que mucho del éxito está relacionado con el azar no es fácil, tampoco tener la cintura suficiente para en vez de desmoralizarte saber qué es conveniente cambiar (idea, equipo, servicio, producto, tecnología, canal, etc).

Cuando luego buscas soluciones te das cuenta de que las aparentes recetas derivadas de los grandes emprendedores con crecimientos mareantes no te sirven, ni sabes cómo alzar la vista cuando el equipo está pasando una mala racha y se empiezan a echar los trastos a la cabeza. Tampoco extraes puntos válidos de recomendaciones para hacer que un producto sea exitoso en el mercado, ni para motivar y dar sentido del propósito a ese equipo encabritado cuando no da ni una.

Luego está el insomnio. Te preguntas para qué carajo te has metido en este embolado cuando estando de empleado/a vivirías mucho más cómodo/a, y además tendrías a alguien al que responsabilizar de tus males. Algunos días has perdido toda la confianza, cuando no son otras personas las que la han perdido de ti. El dinero inicial obtenido por familiares, amigos e «incautos» se va quemando día a día. Un miércoles cualquiera pierdes a uno de los clientes que entendías que estaba fidelizado, y dices ¿pero qué mierda es esta? ¿No seré lo suficientemente bueno/a?

Crear una empresa incorpora una presión psicológica que si muchas de aquellas personas convertidas en profesionales de la queja y el lloro supieran, se lo harían directamente encima. Saber vivir con la presión, saber evadirse, enfrentar los miedos y comprender que mucho del éxito está relacionado con el azar no es fácil, tampoco tener la cintura suficiente para en vez de desmoralizarte saber qué es conveniente cambiar (idea, equipo, servicio, producto, tecnología, canal, etc).

Autor: Jin Aldazabal

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