El perfeccionismo y la productividad, ¿dos enemigos irreconciliables?

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En principio, no hay nada malo en querer hacer las cosas lo mejor posible; es más, pienso que esta idea se debería considerar una obligación, porque trabajar bien y procurar ser productivo debería estar, como objetivo a alcanzar, en la mente de cualquier profesional.

Sin embargo, si puede que con frecuencia sientas la sensación de que lo que haces nunca está lo suficientemente bien, o que te cuesta estar satisfecho del todo con las cosas que haces, o si te percatas de que con frecuencia tardas demasiado en entregar trabajos o proyectos porque no acabas de estar satisfecho con el resultado al que has llegado y te empeñas en mejorarlo más y más, probablemente tengas un problema.

Porque si te ocurre con casi todo lo que haces, sea importante o no; o si te sucede con asuntos referentes a tu profesión o con los de tu vida privada; si tus cotas de satisfacción   respecto de todo lo que haces te lleva a que alcanzarlas sea un gran esfuerzo o, aún peor, que te consideres un fracaso, es probable que seas una persona excesivamente perfeccionista, y que ese perfeccionismo te cree problemas en el trabajo, inseguridad frente a las muchas de las cosas que tienes que atender, de modo que es fácil que termines postergando tareas y que, al final, todo esto acabe repercutiendo negativamente en tu productividad.

Probablemente te suenen frases que del tipo “la perfección no existe”, o “lo perfecto es enemigo de lo bueno”. Y lo más seguro es que estés de acuerdo con eso. Pero si eres una persona perfeccionista porque buscas la excelencia más allá de lo razonable, te darás cuenta de que ese sentimiento y esa necesidad de rozar lo sublime te persiguen en todas las áreas y actuaciones de tu vida.

El perfeccionismo es la voz del opresor” Anne Lamott.

El perfeccionismo tiene aspectos negativos para la vida de cualquier persona así como los tiene para con su productividad, tanto en relación con las cosas que quiera hacer o con los logros que quiera alcanzar como, seguramente, en lo personal y en el entorno. Veamos por qué y cómo:

  • Dado que te cuesta mucho llegar a finalizar las cosas, te desmotivas, tienes pensamientos negativos sobre tus capacidades y acabas procrastinando muchas de tus obligaciones.
  • Tu afán por la perfección te lleva a trabajar muchas más horas de las que serían razonables.
  • Dicha actitud te puede llevar muy fácilmente por el camino de la desmotivación, ya que te cuesta más que a otros, que no son perfeccionistas, lograr resultados positivos y similares.
  • Al final, cuando logras los resultados que tanto te ha costado alcanzar, no son valorados, en tu opinión, como merecerían.
  • Todo esto hace que estés en muchos momentos muy cerca de la depresión, llegando en algunos casos hasta ella.
  • Terminas siendo un lastre para los demás, pues tiendes a exigir a los que te rodean, familiares, amigos, compañeros, la misma perfección que te exiges a ti mismo. Lo que puede ser origen de fricciones y desencuentros.
  • Te lleva peligrosamente a aislarte y a depender exclusivamente de tus habilidades para realizar el trabajo.
  • Es muy fácil que desconfíes de lo que los demás hagan, de modo que dediques parte de tu tiempo a comprobar la fiabilidad del resto de trabajos.

Hecho es mejor que perfecto” Mark Zuckerberg.

En muchos casos, el problema del perfeccionista tiene su origen en la infancia y en haber entendido, puede que equivocadamente, que los demás solamente les valoraban en función de sus logros, en vez de apreciarlos por sus verdaderos valores y cualidades. También es muy probable que estas personas hayan vivido en un ambiente en el que los fallos y errores no eran ni admitidos, ni tolerados, ni bien aceptados.

Generalmente, en este tipo de ambiente tanto el fracaso como simplemente no hacer bien del todo algunas cosas, puede llegar a ser considerado como algo negativo y temible y, por tanto, un suceso a evitar a toda costa. Más aún cuando va acompañado de consecuencias negativas tales como castigos, rechazos, humillaciones, etc., destinadas a reforzar la idea de derrota.

Consecuentemente, tales personas se valoran a través de las opiniones de los demás, lo que acaba influyendo en su autoestima sin darse cuenta de que las valoraciones externas se suelen sustentar en apreciaciones subjetivas.

A no ser que acepte mis defectos, ciertamente dudaré de mis virtudes” Hugh Prather.

Por este camino, aumenta considerablemente la susceptibilidad ante las críticas por leves que sean, o ante opiniones que, sin llegar a ser negativas, no sean entendidas desde la positividad esperada. Pero resulta que su firma de autodefensa consistirá en redoblar sus esfuerzos, hasta casi el infinito, ante cualquier hecho o trabajo que pueda o deba ser valorado por un tercero.

Para solucionar esta lamentable situación, como en otros muchos casos, lo primero que hay que hacer es identificar y reconocer el problema y sus consecuencias. Se debe ser consciente de que plantearte cosas con un nivel de excelencia inalcanzable no es realista.

Como siguiente paso, se deberá aprender a identificar cuándo algo cumple su función o cuándo un trabajo está lo suficientemente bien hecho, para lo que es imprescindible definir bien lo que se quiere alcanzar y cuándo estará conseguido.

Hay que aprender a centrarse en el proceso en vez de en el resultado. Apreciar cada paso que se da tras una meta, buscar lo positivo de cada pequeño logro, permitirá que, en caso de no llegar al resultado deseado, se obtenga la sensación de haber disfrutado del camino, y de que el esfuerzo haya merecido la pena.

La búsqueda de la perfección es consecuencia de la inseguridad que nos provoca el miedo a hacer las cosas mal, pero hay que tener presente que el aprendizaje necesita que cometamos errores, y que cometerlos siendo razonables puede llevarnos, a través de la reflexión, por el buen camino de la superación de inseguridades y hacia el crecimiento y el desarrollo personal.

Por último, y hagamos lo que hagamos, seguramente siempre habrá un modo que mejore lo que estemos haciendo y que, tal vez, obtenga mejores resultados, pero nos deberemos habituar a preguntarnos si es necesario llegar a ese punto de exigencia, o si nos compensaría, para obtener ese resultado, el esfuerzo a realizar.

Autor: José Ignacio Azkue

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